Unidad pastoral Santa María de Olárizu / Olarizuko Andre Maria Pastoral Barrutia

Martes 23 de Abril del 2024

comentario C TO 5 2019

fano


En algunas de las eucaristías a las que acudimos, casi al comienzo decimos : “….he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa….”.  Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que sin Dios desaparece del todo el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.

Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo hombre, como lo ha recordado la filosofía moderna. Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad frustrante: nos sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.

Lo propio del creyente es que vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente se siente culpable ante la mirada de un Dios fiscalizador e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y liberador.

Resulta deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando, después de Jesucristo, esa imagen de un Dios fiscalizador y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?

No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual “impone" los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal de la persona. Y que el pecado es un mal para el ser humano y no para Dios. Ya en la edad media decía santo Tomás de Aquino: “Dios es ofendido por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien.”

Quien, desde la culpa, sólo mira a Dios como juez castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.

La escena que nos describe Lucas en el evangelio de este domingo es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús  abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. La reacción de Jesús encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: “No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres'"

 

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