Unidad pastoral Santa María de Olárizu / Olarizuko Andre Maria Pastoral Barrutia

Jueves 25 de Abril del 2024

comentario C TO14 220703

fano


Hay momentos que la actualidad nos hace escuchar de una forma determinada las palabras.

Hace unos años, hablar de paz en el país vasco resonaba ETA y sus muertos. Ahora, al hablar de paz… resuena Ucrania. ¿no hay otras guerras ni otros conflictos? ¡Claro que sí! Pero lo que nos suena es Ucrania.

Y no solo de paz social hay que hablar. Es una palabra y un concepto que atraviesa la vida entera hasta llegar a ‘morir en paz’. Aunque ahora, en los hospitales, en muchos casos, y gracias a los medios técnicos, se muere sin dolor. Es otra cosa y es de agradecer.

Es una de esas palabras que ha ido al trastero y que esta semana con la reunión de la OTAN, casi no se ha utilizado. Por lo menos yo no la he oído. sí he  oído defensa, si he oído protección, sí he oído seguridad, de los miembros de ese grupo, de los países que quieren ser miembros de él, de costos energéticos, de buscar otras fuentes de energía,… pero paz… no.

Hoy, en el evangelio, hemos oído de labios de Jesús esa maravillosa palabra: “paz”. Cuando en las primeras comunidades cristianas se habla de paz, no se piensa en primer término en una vida más tranquila y menos problemática, que discurra con cierto orden por caminos de un mayor progreso y bienestar. Antes que esto y en el origen de toda paz individual o social está la convicción de que todos somos aceptados por Dios, de que, a pesar de nuestros errores y contradicciones, todos podemos vivir reconciliados y en amistad con él.

Esta paz no es solo ausencia de conflictos, sino vida más plena que nace de la confianza total en Dios y afecta al centro mismo de la persona. Esta paz no depende solo de circunstancias externas. Es una paz que brota en el corazón, va conquistando gradualmente a toda la persona y desde ella se extiende a los demás.

Esa paz es regalo de Dios, pero es también fruto de un trabajo no pequeño que puede prolongarse durante toda una vida. Acoger la paz de Dios, guardarla fielmente en el corazón, mantenerla en medio de los conflictos y contagiarla a los demás exige el esfuerzo apasionante, pero no fácil, de unificar y arraigar la vida en Dios.

Esta paz del evangelio no se parece a la paz que proponen los libros de autoayuda tan utilizados hace una década. Esta paz no es una compensación psicológica ante la falta de paz en la sociedad; no es una evasión que aleja de los problemas y conflictos; no se trata de un refugio para personas desengañadas o escépticas ante una paz social casi “imposible”. Si es verdadera paz de Dios, se convierte en el mejor estímulo para vivir trabajando por una convivencia pacífica hecha entre todos y para el bien de todos.

Jesús pide a sus discípulos que, al anunciar el reino de Dios, su primer mensaje sea para ofrecer paz a todos: “Decid primero: "Paz a esta casa”. Si la paz es acogida por los que oyen el mensaje, se irá extendiendo por las aldeas de Galilea. De lo contrario, “volverá” de nuevo a ellos, pero ese “fracaso” nunca ha de destruirla en su corazón, pues la paz es un regalo de Dios.


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