Unidad pastoral Santa María de Olárizu / Olarizuko Andre Maria Pastoral Barrutia

Viernes 26 de Abril del 2024

comentario epifania 2019 c

epifania


Orar es tan sencillo que puede hacerlo un niño pequeño. Pero, a veces, parece tan difícil que millones de personas son incapaces de elevar su corazón a Dios y comunicarse con él. Tres dificultades.

“Orar, ¿para qué?". Es una objeción de nuestro pragmatismo occidental. Lo primero que brota de quien se mueve entre la autosuficiencia y el utilitarismo. ¿Para qué quiero a Dios? ¿Es que me va a resolver los problemas? ¿Me va a dar de comer? ¿Me va a procurar trabajo, dinero, seguridad? Y, sin embargo, sigue siendo verdad que “no sólo de pan vive el hombre” o ¿es que los occidentales de hoy ya no necesitamos paz interior, perdón, fuerza de conversión, esperanza?

“¿Orar? No tengo tiempo". Es otra reacción muy general. Porque esto no lo dice uno u otro. Lo dicen muchos. No hay tiempo para orar. Tenemos el día totalmente ocupado. Imposible introducir otra tarea más. Sin embargo, sería mejor llamar a las cosas por su nombre. Siempre tenemos tiempo para lo que realmente nos interesa. Decir “no tengo tiempo para orar”, ¿no equivale casi siempre a decir "Dios no me interesa”?

Cada uno sabrá cómo va construyendo su vida. Pero si un creyente no encuentra tiempo para estar con Dios, tampoco lo tendrá para estar consigo mismo, ni para estar en profundidad con las personas ni para crecer interiormente. ¿Dónde se alimentará su fe?

“¿Orar? No sé hacerlo. ¿Qué le puedo decir yo a Dios?”. Son muchas las personas que hablan en términos parecidos. No saben exactamente por qué, pero se sienten bloqueadas interiormente. No aciertan a ponerse en comunicación con él.

Las razones pueden ser diferentes, pero, muchas veces, detrás de esos razonamientos se esconde que sentimos miedo a la oración. Tenemos miedo a vernos “tal como sordos”. Miedo a entrar dentro de nosotros y descubrir qué frágiles son los apoyos sobre los que se sustenta esa fachada de lo que aparentamos ser.

No nos atrevemos a afrontar nuestra propia verdad. Nos da miedo esa realidad tan deslucida de lo que en verdad somos y sentimos. Nos cuesta encontrarnos a solas y cara a cara con Dios, el espejo más limpio y el que mejor delata nuestras torpezas y nuestra mediocridad.

¿Qué podemos hacer? ¿Seguir huyendo de Dios y de nosotros mismos? El episodio de los magos no es sólo un relato lleno de encanto. La búsqueda esforzada de esos hombres, el esfuerzo de búsqueda personal, de discernir la novedad, de recorrer un proceso, de salir de su tierra hasta caer de rodillas ante el Niño en actitud de adoración es una llamada que se nos hace a todos. La vida del hombre alcanza su mayor grandeza cuando sabe arrodillarse interiormente ante Dios. En él encuentra su auténtica verdad, el perdón y la paz.


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