Unidad Pastoral Santa María de Olárizu
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comentario C TA4 241222
María, la que acoge la llamada de Dios, y acepta ser la madre del Mesías, se pone en camino sola. Marcha «de prisa», con decisión. Quizás para compartir con su prima Isabel su alegría y ponerse a su servicio en los últimos meses de embarazo.
El encuentro de las dos madres es la escena. No están presentes los varones. Solo dos mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía. María, que lleva consigo a Jesús, e Isabel, que, con espíritu profético, osa bendecir a su prima en nombre de Dios.
María entra en casa de Zacarías, pero no se dirige a él. Va directamente a saludar a Isabel. Nada sabemos del contenido de su saludo. Solo que aquel saludo llena la casa de una alegría desbordante. Es la alegría que vive María desde que escuchó el saludo del ángel: «Alégrate, llena de gracia».
Isabel no contiene su alegría. Oye el saludo de María y siente los movimientos de la criatura que lleva en su seno, y los interpreta maternalmente como «saltos de alegría». Enseguida bendice a María «a voz en grito», diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre».
En vez de llamar a María por su nombre, se refiere a ella como “la madre de su Señor”, misión en su vida. Una mujer creyente en la que se irán cumpliendo los designios de Dios: «Bienaventurada la que ha creído».
Y sorprende la actuación de María. No viene a mostrar su dignidad de madre del Mesías. No está allí para ser servida, sino para servir. Isabel no sale de su asombro. «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?».
Son bastantes las mujeres que viven incómodas en el interior de la Iglesia. En algunas crece el desafecto y el malestar. Viven con dolor que, a pesar de ser las primeras colaboradoras en muchos campos, apenas cuentan para pensar, decidir e impulsar la marcha de la Iglesia. Esta situación nos está haciendo daño a todos.
El peso de una historia larga, muy larga controlada y dominada por los varones nos impide tomar conciencia del empobrecimiento que significa para la Iglesia prescindir de una presencia más eficaz de la mujer. Los varones, el clero en especial en la iglesia, no las escuchamos, pero Dios puede suscitar mujeres creyentes, llenas de espíritu profético, que nos contagien alegría y den a la Iglesia un rostro más humano. Son una bendición. Nos enseñan a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.
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