Unidad pastoral Santa María de Olárizu / Olarizuko Andre Maria Pastoral Barrutia

Lunes 16 de Setiembre del 2024

comentario B To20 240818

fano


De nuevo se presenta a los judíos incapaces de ir más allá de lo físico y material.

Y así interrumpen a Jesús, escandalizados por su lenguaje: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Jesús no retira su afirmación y que da a sus palabras un contenido más profundo.

Estas palabras nos hablan de la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, algo más se nos dice hoy, han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona.

La eucaristía es una experiencia central en los seguidores de Jesús, como él nos dice: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Si los discípulos no nos alimentamos de él, podremos hacer y decir muchas cosas, pero “No tenéis vida en vosotros”. Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Secreto y fuerza para saberlos y vivirlos. Y así, solo lo conocen y la tienen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

El lenguaje de Jesús es expresivo. A quien alimenta su vida de él le hace esta promesa: “Ese habita en mí y yo en él”. Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es modelo de vida que imitamos desde fuera. Jesucristo alimenta nuestra vida desde dentro.

La fe es vida y en la vida hay hogares. Jesús invita a la experiencia de “habitar” en él y dejar que Jesús “habite” en nosotros. Una experiencia que puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirlo sostenidos por su fuerza vital.

La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre, que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: “El que come este pan vivirá para siempre”.

Cuando percibimos que somos menos en la eucaristía semanal no es raro que sintamos pena. No porque no se cumpla uno de los mandatos de la iglesia. Dolor porque hay creyentes que dejan de alimentarse de lo que nos da vida como seguidores de Jesús. Además, no lleva a la vida del evangelio el que es cristiano y no es seguidor de Jesús.

Aceptemos la invitación a vivir nosotros, con agradecimiento, este regalo que se nos hace de alimentarnos con Jesucristo.