Unidad pastoral Santa María de Olárizu / Olarizuko Andre Maria Pastoral Barrutia

Sábado 05 de Julio del 2025

comentario C to14 250706

fano


En estos años nos hemos acostumbrado a que los medios de comunicación nos muestren destrucción (muertos, no ahora no se proyectan, se ven las bolsas con los 50 muertos diarios en Gaza que son féretros de seres humanos, hombres, mujeres, niños, ancianos… que otros han acabado con su vida con bombas, balas…).

Digamos que tras esas imágenes, rápido, otras y otras y seguimos con lo que estamos haciendo: comer, fregar….  Parece que, mientras estamos tranquilos, mientras en nuestro derredor no se oyen bombas, podemos aceptar que eso ocurra en otras partes del planeta.

Y se oye hablar de tregua… se ha olvidado hablar de «paz». Hablar, aquí, no de cualquier «paz», de lo que la Biblia, de lo que Jesús entiende en profundidad por esa palabra.

El presidente de Norteamérica habla de negociar la paz con Irán… después de bombardear con las bombas más grandes del planeta. Putin y Zelenski hablan de paz. La OTAN que, para preparar la paz quiere que cada país gaste el 5% del Producto Interior Bruto, países europeos que vuelven a fabricar y poner minas antipersonas,…

Cuando en las primeras comunidades cristianas se habla de paz, no se piensa en primer término en una vida más tranquila y menos problemática, que discurra con cierto orden por caminos de un mayor progreso y bienestar.

Antes que esto y en el origen de toda paz individual o social está la convicción de que todos somos aceptados por Dios, de que, a pesar de nuestros errores y contradicciones, todos podemos vivir reconciliados y en amistad con él. Esto es lo primero y decisivo: «Estamos en paz con Dios» (Romanos 5,1).

Esta paz no es ausencia de conflictos, sino vida más plena que nace de la confianza total en Dios y afecta al centro mismo de la persona. Esta paz no depende solo de circunstancias externas. Es una paz que brota en el corazón, va conquistando gradualmente a toda la persona y desde ella se extiende a los demás.

Esa paz es regalo de Dios, pero es también fruto de un trabajo no pequeño que puede prolongarse durante toda una vida. Acoger la paz de Dios, guardarla fielmente en el corazón, mantenerla en medio de los conflictos y contagiarla a los demás exige el esfuerzo apasionante, pero no fácil, de unificar y arraigar la vida en Dios.

Esta paz no es una compensación psicológica ante la falta de paz en la sociedad; no es una evasión pragmática que aleja de los problemas y conflictos; no se trata de un refugio cómodo para personas desengañadas o escépticas ante una paz social casi «imposible». Si es verdadera paz de Dios, se convierte en el mejor estímulo para vivir trabajando por una convivencia pacífica hecha entre todos y para el bien de todos.

Jesús pide a sus discípulos que, al anunciar el reino de Dios, su primer mensaje sea para ofrecer paz a todos: «Decid primero: "Paz a esta casa"». Si la paz es acogida, se irá extendiendo por las aldeas de Galilea. De lo contrario, «volverá» de nuevo a ellos, pero nunca ha de quedar destruida en su corazón, pues la paz es un regalo de Dios.

 

En los meses de verano no aparecerán las hojas de canto. Si quieres soñar con la iglesia que hace falta para nuestro momento al hilo de la reflexión de los obispos “El contraste paciente”. PINCHA ABAJO.