Unidad Pastoral Santa María de Olárizu
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comentario C to20 250817
Jesús resume su vida con unas palabras insólitas: «Yo he venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!».
¿De qué está hablando Jesús? Se ha buscado y se busca respuesta en diferentes direcciones. En cualquier caso, la imagen del «fuego» invita a acercarnos a su misterio de manera ardiente, apasionada.
El fuego que arde en el interior de Jesús es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Eso es claro. Es una imagen de ese misterio de relación que no quedará nunca encerrado en fórmulas dogmáticas ni en libros. Por otra parte, Jesús atrae y quema, turba y purifica. Nadie podrá seguirlo con el corazón apagado o con piedad aburrida.
Su palabra hace arder los corazones. Se ofrece amistosamente a los más excluidos, despierta la esperanza en las prostitutas y la confianza en los pecadores más despreciados, lucha contra todo lo que hace daño al ser humano. Combate los formalismos religiosos, los rigorismos inhumanos y las interpretaciones estrechas de la Ley. Nada ni nadie puede encadenar su libertad para hacer el bien. Nunca podremos seguirlo viviendo en la rutina religiosa o el convencionalismo de «lo correcto».
Jesús enciende unos conflictos, no los apaga. No ha venido a traer falsa tranquilidad, sino tensiones, enfrentamiento y divisiones en la relación con Dios y en la relación con los necesitados del mundo. En realidad, introduce el conflicto en nuestro propio corazón. Jesús llama, nos llama a vivir en verdad y a amar sin egoísmos.
Su fuego no ha quedado apagado al sumergirse en las aguas profundas de la muerte. Resucitado a una vida nueva, su Espíritu sigue ardiendo a lo largo de la historia. Los discípulos de Emaús lo sienten arder en sus corazones cuando escuchan sus palabras mientras camina junto a ellos.
Hoy, entre nosotros, también está actuando ese fuego de Jesús. Ahora podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora. Es hoy cuando arden nuestros corazones al acoger su Evangelio. Claro, para eso hace falta que arrimemos nuestro corazón al fuego del evangelio.
Es ahora cuando algunos viven de manera apasionada siguiendo los pasos del galileo de Nazaret. Quizás alguno entre nosotros.
Ahora que la fe cristiana parece apagarse entre nosotros, el fuego traído por Jesús al mundo sigue ardiendo bajo las cenizas. No podemos dejar que se apague. Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
En los meses de verano no aparecerán las hojas de canto. Si quieres soñar con la iglesia que hace falta para nuestro momento al hilo de la reflexión de los obispos “El contraste paciente”. PINCHA ABAJO.